Todos sabemos que perdonar es difícil, pero se han preguntado cuán difícil es decir , esta historia, nos relatará la importancia de hacerlo…
Alice era una pequeña de 5 años con un largo cabello negro que caía en forma de cascada hasta el fin de su espalda, tenía los ojos peculiarmente negros; melancólicos; silenciosos y solitarios. A su mirada le faltaba algo, no lo tengo claro, pero por algún motivo se reflejaba vacía, como si careciera de algo primordial y crucial. Ella nunca hablaba, era reservada y tímida, pero si hay algo que hacía todos los días y a cada momento: llorar, lágrimas caían por su hermoso rostro sin parar, buscando un consuelo efectivo, por que el de su familia no le servía, por que el de su familia simplemente no hacía efecto, y ¿por qué?, porque la niña estaba rota por dentro, y nadie sabía sanarla, nadie tenía el antídoto, nadie sabía lo que le pasaba.
Por más que su familia la besara, por más que su familia la abrazara, por más que su familia tratase de consolarla, ella seguía derramando sus lágrimas sin parar, angustiando a todos en la casa, y tensando aún más las cosas…
Cuando la niña nació, estaba destinada a ser el rescate del matrimonio de sus padres, pero no fue así, y por más que el núcleo familiar tratase de repararse no funcionaba, se volvía a quebrar una y otra vez, y ella siempre era el ojo de la tormenta; la que apreciaba todo, y que indirectamente era dañada, a pesar de que sus padres no se dieran cuenta, pero las constantes discusiones, las constantes peleas por simplicidades nos afectan a todos, y de diferentes formas, porque no somos todos iguales. Sin saberlo ella se cohibió, y decidió callar, sin pensar que se estaba haciendo más daño. Cada vez que se reprimía, una parte más de su corazón se debilitaba, y con el pasar del tiempo se quebraba.
Un día, en esos cortos lapsus en que la niña no lloraba, salió a jugar a una pequeña plaza que quedaba cerca de su hogar, no había nadie, y quiso sentarse en un de los columpios. Estuvo balanceándose por un largo tiempo, hasta que decidió volver a su hogar, al bajarse un grupo de niños pasó por el frente de ella, el último sin querer la botó, pero hizo algo que nunca nadie hizo por ella; la ayudó a pararse, la limpió, sacando delicadamente el polvo de sus rodillas, vestido y mangas, luego pronunció aquellas palabras que nunca había escuchado antes: , y con cada letra que pronunciaba el niño sintió como si su corazón se curara, sintió como él parchó su corazón, y le dio la medicina adecuada. El pequeño se marchó, y Alice vio como se iba, desapareciendo a lo lejos, dejándola con la primera sonrisa que ella había tenido en su vida.
Porque sólo bastaba un “Perdón” para curarnos, porque esa simple palabra es el antídoto perfecto, y el único capaz de coser ese órgano tan importante para nuestras vidas, el corazón, porque sin él no somos nada…